El mogwai, el regalo perfecto que un padre, Randall Peltzer (Hoyt Axton) pueda conceder en Navidad a su hijo, Billy Petlzer (Zach Galligan). La mascota de canto angelical más dulce, cariñosa y bondadosa destinada a la sustitución del perro como principal animal doméstico. Su cuidado y manutención debe ceñirse a tres irrompibles premisas: 1) No exponerlo a los rayos del sol, podría matarlo; 2) Evitar el contacto con el agua y 3) Sobretodo nunca, nunca, nunca alimentarlo después de medianoche porque... mutaría en gremlin, la criatura más horrenda, grosera y maleducada. Con la terrible querencia a la realización de bromas macabras y salvajes gamberradas. Habituado al tabaco y al alcohol, licenciado en depravación y exhibicionimo y con unas malas pulgas aterradoras consigue convertirse inevitablemente por su caradura y sinvergonzonerío en el compañero ideal para una noche de juerga. Ya recuerdo cuando con diez años acudí al estreno del film dirigido por Joe Dante posicionarme al lado de Stripe, su cresta punk y su panda de desalmados viciosillos antes que del ñoño y mojigato Gizmo, por mucho que intentaran disimularlo en la escena final conduciendo el deportivo tenía bien ganada fama de cobardica y llorón, mientras los gremlins representaban el espíritu rebelde que todo niño aspiraba a tener. Veinticinco años después mi pensamiento sigue siendo el mismo. No hay color entre Stripe y Gizmo.
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